SEÑOR JESÚS NOMBRE SUPREMO DE DIOS (PRIMERA PARTE)

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Artículo extraído de la Revista Internacional Maranatha, edición Abril 2025.

 Lo presentado a continuación ha sido tomado del libro “Señor Jesús, Nombre Supremo de Dios”, escrito por el pastor Efraim Valverde, Sr.

 

“Por lo cual Dios también le ensalzó a lo sumo, y dióle un Nombre que es sobre todo nombre; para que en el Nombre de JESÚS se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y de los que en la tierra, y de los que debajo de la tierra; y toda lengua confiese que JESUCRISTO es el Señor, a la gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11).

 

LA PERSPECTIVA DE ISRAEL

 

El cristianismo en su totalidad reconoce que a Israel le fue dada la Ley (la Torá) por medio de Moisés, la cual está incluida en los primeros cinco libros de la Biblia. Hasta el presente día para el pueblo Judío guardador de la Ley, tanto en Israel como en la Diáspora (el Esparcimiento), la Torá es su herencia divina y su especial tesoro, y por lo tanto así la aman. Los demás Libros de la Biblia Hebrea (que juntamente con la Torá, los cristianos gentiles reconocemos como el Antiguo Testamento), el Judaísmo los separa de la Torá e incluso los llama con un nombre diferente.

 

La poderosa razón que les asiste para hacer tal separación, es que la Torá la recibió Israel directamente de Dios en el Sinaí, y los demás libros fueron siendo agregados al Canon Sagrado en sus respectivos tiempos en el curso de los siglos. Ahora, es precisamente en la Torá en donde encontramos el Texto Sagrado: “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor Uno es” (Dt. 6:4). Por cerca de cuatro mil años, y hasta hoy, esta declaración Divina ha sido considerada y reconocida por el pueblo Judío como “El Corazón de la Biblia”. Pues alrededor de esta fundamental y maravillosa verdad gira toda la creación, tanto la espiritual como la material.

 

Nadie puede cambiar esta verdad fundamental: Dios es UNO. Y Él mismo, por medio de Sus profetas, nos lo repite muchas veces en forma enfática en las páginas del Libro Santo. De esta verdad es testigo genuino hasta hoy, precisamente, el mismo pueblo Judío; mas para Dios es de suprema importancia que Su pueblo entre los gentiles también la reconozcamos. La realidad de que Dios es UNO la reconocen todos los seres celestiales. Inclusive, Santiago apóstol, nos dice: “Tú crees que Dios es Uno; bien haces: también los demonios creen, y tiemblan” (Stg. 2:19).

 

Es absolutamente imposible que los Escritos del Nuevo Testamento contradigan a los del Antiguo, y mucho menos a los de la Torá. Dios es solamente Uno, lo ha sido y lo será siempre. Todas las Escrituras en las que pareciere como que habla de más de una persona en la Divinidad (más particularmente las del Nuevo Testamento, cuando se refiere al Padre y al Hijo), tienen su explicación. Mas esta explicación tiene que recibirla el creyente por revelación del Espíritu Santo, por cuanto es “el gran misterio”. Pues, “sin contradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne” (1 Tim. 3:16).

 

Estando conscientes de la mentalidad del pueblo Judío en lo que respecta a la verdad de que Dios es Uno, entendemos entonces porqué “los príncipes” entre ellos no pudieron absolutamente aceptar a “Aquel Hombre”, Jesús, como el “Señor de gloria” (1 Cor. 2:8), y así fue que pidieron Su crucifixión. Pues claramente le dijeron en cierta ocasión: “Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; y porque Tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn. 10:33).

 

De acuerdo con la perspectiva aludida, los príncipes de Israel consideraron entonces, que tenían suficiente razón para pedir la crucifixión del Señor, pues el pueblo Judío sabía, y sabe hasta hoy, que solamente el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, es el único Dios, y que no hay otro fuera de Él. Y ciertamente que esta es la verdad fundamental y eterna, mas ahora también entendemos que Dios, por amor de nosotros, puso “el velo” que aún está sobre los ojos de ellos (2 Cor. 3:15), velo que llegado el tiempo, en la Segunda Venida del Señor, cuando “haya entrado la plenitud de los gentiles” (Rom. 11:25), les será quitado. Es entonces cuando verán y creerán que Jesucristo el Señor es el único y Todopoderoso Dios (Ap. 1:8), que Él es el Mesías Libertador que Israel espera (Zc. 13:6; Is. 25:9).

 

LA REVELACIÓN EN LA IGLESIA

 

Después de que “Dios (mismo fue) manifestado en carne... justificado con el Espíritu... visto de los ángeles... predicado a los Gentiles... creído en el mundo... recibido en gloria” (1 Tim. 3:16), cumplió aquello que ya antes había anunciado: “Y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia” (Mt. 16:18). Y esto lo hizo, precisamente, “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la Principal Piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef. 2:20). A Sus apóstoles, por tanto, reveló Sus maravillosos misterios, para que éstos a su vez los declararan a la Iglesia que empezaba a ser edificada. El primero y mayor misterio que les fue revelado fue el de la Divinidad: “Dios manifestado en carne” (1 Tim. 3:16).

 

Ya conocedores de este secreto clave, los apóstoles entendieron también que el Nombre Supremo de Dios es JESÚS el Señor, que Él era el mismo Dios de Israel declarando y manifestando Su Nombre “oculto” (Gn. 32:29; Jue. 13:18; Jn. 17:6). Entendieron que “ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a Sí” (2 Cor. 5:19). A aquellos fieles discípulos del Maestro, les fue dada la luz de la revelación con respecto a la verdad fundamental aludida, y sus expresiones de reconocimiento quedaron esculpidas en las páginas del Nuevo Testamento.

 

Ahora nosotros, los cristianos gentiles, sólo por la fe en ese “Nombre que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9), tenemos parte con las promesas hechas por Dios a Israel (Ef. 2:11-19). Sólo por el Maravilloso Nombre de Jesucristo el Señor, tenemos salvación y el perdón de los pecados (Hch. 2:38. 4:12). Por tanto, las declaraciones de los apóstoles a continuación citadas, juntamente con muchas Escrituras más al respecto, son la poderosa prueba que nosotros tenemos hoy para entender, como ellos entonces entendieron, que el Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios del Nuevo Testamento, que Jesucristo el Señor es el único Salvador y Dios.

 

Consideremos, pues, las declaraciones en turno de cuatro apóstoles del Señor Jesús; Tomás: “Entonces Tomás respondió, y díjole: ¡SEÑOR MÍO, Y DIOS MÍO!” (Jn. 20:28). Pedro: “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado fe igualmente preciosa con nosotros en la justicia de NUESTRO DIOS Y SALVADOR JESUCRISTO” (2 Ped. 1:1). Juan: “Empero sabemos que el Hijo de Dios es venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero: y estamos en el verdadero, en Su Hijo JESUCRISTO. Este ES EL VERDADERO DIOS, Y LA VIDA ETERNA” (1 Jn. 5:20). Pablo: “Cuyos son los padres, y de los cuales es CRISTO según la carne, EL CUAL ES DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS, bendito por los siglos. Amén” (Rom. 9:5). Siendo los apóstoles vasos especiales, escogidos por Dios para desempeñar un ministerio único, por sus declaraciones comprobamos que a ellos les fue revelado claramente el grande “misterio de la piedad” (1 Tim. 3:16). Les fue revelado que en Jesús el Señor (la Imagen visible del Dios invisible en aspecto de Humanidad, Col. 1:15, Fil. 2:6-7) estaba el Padre (el Espíritu invisible, Eterno, Jn. 1:18. 4:24. 14:8-11). Pues sabiendo bien ellos que sólo Dios puede salvar (Is. 43:10-11), recibieron luz para reconocer que “Aquel Varón” era el Mesías de Israel, que era el mismo Dios de Israel de quien estaba dicho: “Verdaderamente Tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel, que salvas” (Is. 45:15).

 

Mas Dios, repito, en la profundidad insondable de Sus incomprensibles juicios (Rom. 11:33), cegó a los príncipes de Israel para que no reconocieran entonces que “Aquel Hombre”, Jesús de Nazareth, era el mismo “Rey de gloria” (Sal. 24:7-10), y así de esta manera pidieran Su crucifixión. Pues estaba determinado por el Espíritu Eterno que “Aquel Hombre”, con Su muerte en la cruz, quitaría la pared intermedia de separación que impedía que los gentiles que creemos en el Dios de Israel, tuviésemos parte con Su pueblo escogido, que es el dueño de “las promesas” (Rom. 9:4), y que ahora nosotros también fuésemos hechos participantes de estas. Pues ahora por Él, “también tenemos entrada por la fe a esta gracia” (Rom. 5:2).

 

Dios los bendiga.

Pastor Efraim Valverde, Sr.

 

Continuará en la siguiente edición.

 

Si alguien desea obtener la Revisa Internacional Maranatha, Abril 2025, puede dar CLIC en el siguiente ENLACE para descargarla: https://www.evalverde.com/index.php/es/revista-maranatha/download/2-revista-maranatha/141-maranathan-abril-2025

 

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