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ABATIDOS, MAS NO PERECEMOS

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“Y (Elías) se fue por el desierto un día de camino, y vino y sentose debajo de un enebro; y deseando morirse dijo: ¡Baste ya, OH Señor! Quita mi vida, que no soy mejor que mis padres” (1 Reyes 19:4).

El apóstol Pablo nos dice: “Estamos atribulados en todo, mas no angustiados, en apuros, mas no desesperamos; perseguidos, mas no desamparados; abatidos, mas no perecemos” (2 Corintios 4:8-10). El diccionario Sopena describe el significado del “abatimiento” como: “Humillación, bajeza, postración física o moral de una persona”. Y es esta última declaración del apóstol con la que intitulo este artículo y que uso como expresión clave para esta enseñanza. Son muchas las veces que a lo largo de más ya de medio siglo de mi caminar con el Señor, he visto como el abatimiento ha atacado las vidas de los fieles hijos de Dios, y eso me ha movido para hablar y escribir extensamente sobre este tema. Pues me consta que el enemigo puede usar el abatimiento para provocar el desánimo, la decepción, y un agotamiento espiritual que al final puede acarrear la derrota.

Yo mismo no he sido inmune a este ataque del enemigo. Pues fueron muchas las ocasiones, y esto más particularmente durante los primeros años de mi ministerio, en que la operación contraria del abatimiento llegó a trabajar en mí para que dijera: “¡Señor! Esto ya es mucho, siento que ya no puedo seguir adelante”. 

Ahora que soy un viejo que he vivido la mayor parte de mi camino, no dejo de darle gracias a mi Señor Jesús porque reconozco que solamente Él tuvo de sostenerme y ayudarme para seguir adelante cuando fui atacado por el abatimiento. Ese sentir muy propio de nuestra condición humana, que por lo regular viene siempre a la vida del cristiano fiel acompañado con varios otros sentimientos negativos más, que inclusive afectan el aspecto físico en nuestras vidas. Enfatizo la palabra “fiel”, porque me consta que es más particularmente a los seguidores fieles del Señor, a los que el enemigo de una manera más directa se esfuerza en atacar con el abatimiento. A aquellos que con un amor profundo, con sinceridad y en verdad caminan con Dios. Pues el diablo sabe que estos hijos de Dios son poseedores de un tesoro espiritual, y nunca va a dejar de buscar la manera de abatirlos para que se cansen, y que se den por vencidos.

Por otra parte, siempre ha llamado mi atención el ver a cristianos (y a ministros entre ellos), que no andan caminando en verdad, en humildad y en sinceridad, y como que nunca son abatidos. Pues tienen ánimo y energías, y algunos como que no se fatigan, ni aun se enferman. A muchos de ellos he oído gloriarse de sus victorias espirituales y materiales, e inclusive testificar que sus triunfos son la confirmación de que es el Espíritu Santo el que así los mueve. La verdad innegable (de acuerdo con la Palabra de Dios) es que cualquier cosa que en la vida del cristiano (o ministro) que aparezca como buena y honorífica, pero que no fuere originada en un corazón humilde y sincero, no puede venir de Dios. El cristiano que en verdad está despierto espiritualmente, sabe perfectamente que la jactancia, el orgullo y la soberbia, son aborrecibles ante Dios.

Esta verdad está descrita muy claramente cuando Pablo apóstol habla de la “caridad” (1 Corintios 13:1-3). Y el mismo mensaje está repetido en el mensaje a la iglesia de Efeso cuando el Espíritu Santo le reprende diciéndole que había “dejado su primer amor” (Apocalipsis 2:2-5). Santiago apóstol habla, inclusive, en una forma aún más fuerte sobre esto cuando dice que “esta sabiduría no es la que desciende de lo Alto, sino terrena, animal, diabólica” (Santiago 3:15). Pero la triste realidad es ciertamente que en todas las edades y hasta hoy, han habido “falsos profetas en el pueblo, como (también) falsos doctores que (han introducido) encubiertamente herejías de perdición... y muchos han seguido (siempre) sus disoluciones” (2 Pedro 2:1-2). Y las víctimas también han sido siempre los creyentes sinceros pero incautos, que han sido engañados por aquellos que caminan “teniendo apariencia de piedad... mas negado la eficacia de ella” (2 Timoteo 3:5). En el ambiente de complacencia espiritual en medio del cual vivimos, se ha hecho sumamente popular el mensaje de “esta sabiduría” la cual ha sido presentada con la apariencia de una grande fe y confianza en Dios. Y multitudes, consciente o inconscientemente la han aceptado como tal, llegando al grado de decir y de enseñar que el creyente que es víctima del abatimiento es porque no es fiel al Señor; o porque no tiene fe, o porque ya Dios lo dejó. Mi Dios sabe que durante mi caminar han sido muchos los hijos fieles del Señor, tanto entre las membresías como entre el ministerio, a quienes he asistido cuando han sido atacados por el abatimiento. Y mayormente aquellos que han caído en las manos de los enseñadores del popular mensaje de la prosperidad, quienes los han enjuiciado en la forma que ya antes mencioné. 

Las razones para sentirse abatido son incontables. Unas de carácter material, otras en el aspecto espiritual. Unas personales, otras familiares. Otras por enfermedades, y a veces todas éstas juntas. En la parte como pastores, por lo regular es el sinnúmero de problemas propios del ministerio que a veces agobian al hombre de Dios que está al frente de la iglesia, mayormente cuando se trata de un fiel, humilde y sincero ministro de Jesucristo el Señor. 

El Señor es Nuestro Ejemplo Supremo El ejemplo supremo del máximo sufrimiento lo tenemos nada menos en nuestro mismo Señor Jesucristo. Y Él, estando en su humanidad, entendiendo perfectamente el cruento sacrificio que por la voluntad del Eterno tenía que pasar, sintiendo el abatimiento exclamó: “¡Padre! Si quieres, pasa este vaso de mí; empero no se haga mi voluntad sino la tuya. Y le apareció un ángel del cielo confortándole”. El escritor sagrado nos dice además que su dolor era tan profundo que: “estando en agonía, oraba más intensamente, y fue Su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:42-44). Inclusive, al final de su agonía, en los momentos antes de expirar en la cruz, sintiendo el abatimiento en Su humanidad, dijo: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Y Pablo apóstol nos declara más particularmente ese sacrificio diciendo: “El cual en los días de Su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído por Su reverencial miedo. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y consumado, vino a ser causa de eterna salud a todos los que le obedecen” (Hebreos 5:7-9).

Aquí la reacción del Señor como humano, podemos decir “que nos da a nosotros la libertad” para sentir el abatimiento y no ser enjuiciados por ello. Pues lo mismo podemos decir cuando nos abate el dolor que nos hace llorar, al leer que lloró frente a la tumba de Lázaro (Juan 11:35), y cuando sentimos el cansancio al leer que, “cansado del camino, así se sentó a la fuente” (Juan 4:6). Siendo sinceros vamos a confesar que cualquier abatimiento nuestro, no se puede comparar con el grado de abatimiento humano que embargó al Señor Jesús en Su sacrificio por nosotros. Empezando en el Monte de las Olivas, y terminando al morir en una cruz. Con toda razón Pablo apóstol nos dice: “Reducid, pues a vuestro pensamiento a Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra Sí mismo, porque no os fatiguéis en vuestros ánimos desmayando” (Hebreos 12:3). El trabajo del enemigo es tratar en cada situación de abatimiento en la vida de cada fiel hijo de Dios, de desanimarlo diciéndole al oído que ya no puede seguir adelante. Opera sutilmente en los sentimientos y en la mente del cristiano humilde y sincero, del ministro obediente y sufrido, tentándolo para que mire sólo las cosas negativas que le están pasando, y no “Su Gracia” (2 Corintios 12:9). Si tú, fiel hijo de Dios, sabes que eres poseedor de la Maravillosa Gracia de Dios, y recuerdas lo que el Señor ha hecho contigo en todas las veces anteriores en que has sido probado, no permitas que el abatimiento te doblegue. No estás solo. ¡Levanta tu rostro! Mira al Señor a tu lado, y sigue adelante.

SENTIR EL ABATIMIENTO NO ES PECADO

La situación del profeta Elías descrita en el texto inicial, describe en una forma exacta como puede sentirse cada cristiano fiel cuando le llegan las duras pruebas. Son incontables las veces, en muchos tiempos y en diferentes lugares, que he escuchado de los labios de mis hermanos, y de mis compañeros en el ministerio, la misma exclamación de Elías. Abatidos por las pesadas pruebas han deseado “ser desatados y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor” (Filipenses 1:23). Si tú, fiel hijo(a) de Dios, fiel ministro del Señor que estás leyendo estas letras eres uno de los que está siendo atacado por el abatimiento, a ti te está hablando nuestro Dios por medio de este mensaje que El puso en mi corazón que escribiera. Si la voz negativa te dice que ya no vas a poder caminar más, no te sientas enjuiciado por ello. A Elías no lo condenó Dios porque a causa de la opresión que sentía le pidió que mejor le quitara la vida. Y conste que el abatimiento le vino acabando de derrotar a los profetas falsos. La realidad es que el Señor sabe que el sentirnos a veces así es parte innata de nuestra condición humana. Ciertamente “ahora somos hijos de Dios” (1 Juan 3:2). Pero esta “casa terrestre de nuestra habitación” (2 Corintios 5:1), por la misma voluntad del Creador está llena de flaquezas y limitaciones, siendo una de ellas el hecho innegable de que podemos ser víctimas del abatimiento. A través de las páginas del Libro Santo podemos ver que la gran mayoría de los hombres y mujeres fieles usados por Dios, en un tiempo u otro de sus vidas, fueron atacados por el abatimiento. Y algunos de ellos fueron víctimas aun de la decepción y el desánimo consecuente cuando les llegaron las duras pruebas, o al considerar su impotencia espiritual y sus limitaciones físicas. Mas algo maravilloso distinguió siempre a todos aquellos hombres y mujeres de Dios, y esto fue, que en los momentos de la angustia y del dolor, y aun de la desesperación, la mano poderosa del Eterno los sostuvo durante la prueba, y llegando el tiempo de ser liberados Él mismo los levantó siempre para que pudieran seguir adelante cumpliendo con la misión que se les había encomendado. Hoy ciertamente son muchos “los Elías” quienes por caminar con rectitud, siendo sinceros, humildes y obedientes al Señor, sienten los ataques del abatimiento. Los he conocido a través de fronteras y de razas, cerca y lejos, en diferentes partes del mundo; ministros del Señor, hombres, mujeres, jóvenes y doncellas. Con muchos de ellos me he relacionado o me estoy relacionando hoy, y me gozo al oír una y otra vez repetir en los labios de estos fieles y sufridos hijos de Dios la declaración del apóstol Pablo: “Abatidos, mas no perecemos”.

“…PORQUE NO OS FATIGUÉIS EN VUESTROS ÁNIMOS DESMAYANDO”

Así exhorta el apóstol Pablo en Hebreos 12:3, y David dice: “Hubiera yo desmayado, si no creyese que tengo de ver la bondad del Señor, en la tierra de los vivientes” (Salmo 27:13).

El desánimo y el desmayar, son debilidades muy propias de nuestra naturaleza humana, y el Señor lo conoce muy bien. Por tal razón nos habla en estas y en otras muchas más Escrituras, animán donos y estimulándonos para que sigamos adelante. Cierto que también el enemigo de nuestras almas conoce muy bien esa flaqueza humana, y en el transcurso de todas las generaciones la ha aprovechado bien para hacer daño a los humanos, pero más particularmente a los hijos de Dios. Elías, el profeta de fuego, habiendo tenido el testimonio directo de parte del Señor, cuando retó a los profetas de Baal en el Monte del Carmelo, (1 Reyes 18) después aún de que miró que Dios le contestó por fuego, y le entregó en sus manos delante de todo el pueblo a aquellos 400 mentirosos, desmayó y se sintió tan desanimado que se quería morir (1 Reyes 19:4).

El Espíritu Santo en su sabiduría, nos describe las flaquezas de los hombres y mujeres que en la antigüedad le sirvieron al Señor, para que en este tiempo ahora nosotros, no nos sorprenda cuando llegare el desánimo y el desmayar, y a la vez creamos con todo el corazón, que Aquel, que en el tiempo antiguo, no solamente ayudó sino aún levantó a sus santos que le sirvieron con todas sus fuerzas, también ha hecho y está haciendo lo mismo con sus hijos en este tiempo difícil en que vivimos. Es la cosa más común para el diablo, hacer sufrir a los pequeñitos y desanimarlos, acusándolos de sus flaquezas (que conoce muy bien por cierto) y diciéndoles en su razonamiento: “Ya Dios te dejó, ya Dios no te ama; tú no sirves para nada; con tantas fallas que tienes, ya ni la lucha le hagas por servir a Dios”. Luego le presenta, según él, muchas pruebas para convencerlo y vencerlo, diciéndole: “Mira, todo te ha salido mal, tus problemas no se han solucionado, antes se han puesto aún peor. Nadie te quiere, y aun los que te dicen que sí, son hipócritas,…” Y así, he podido observar en mi caminar a muchos cristianos fieles y sinceros, derrotados sin una razón real. Ya desanimado el cristiano, ni se defiende, mucho menos ataca o pelea, y es entonces víctima fácil de su enemigo que enseguida lo empuja para que se aparte por completo de Dios, puesto que según él, ya no tiene caso ni que le haga la lucha. Y así deja entonces no solamente de hacer lo que debiera de hacer, mas empieza a hacer lo que no debiera, pecando contra su Dios. Lo descrito aplica ciertamente a los “pequeñitos”, o sea a los cristianos humildes y sinceros pero débiles, cuyo anhelo es servirle al Señor. Esta palabra, por cierto, que no aplica a los soberbios y mañosos, quienes hacen el mal por su propio gusto y lo que menos sienten es dolor. Que, inclusive, usan la Palabra de Dios para cobijarse y aun para justificar sus desvíos y flaquezas, sabiendo fingir.

Volviendo pues a dirigirme al grupo inicial, sé que estas letras llegarán a las manos de más de alguno de mis hermanos “pequeñitos”, quienes en algunos lugares, solos y aporreados por el enemigo, podrán sentir que es la inspiración y la compasión del Señor Jesús, la que me ha movido para estimularles a que levantando las manos caídas ya por el desánimo y la fatiga, renueven sus ánimos, pidan al Señor nuevas fuerzas, y levantando su frente sigan adelante. Santiago nos dice que: “Elías era hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros…” (Santiago 5:17) y no solamente pudo vencer su desánimo y su desmayo, mas aun tuvo de recibir la fortaleza de Dios para hacer cumplir con lo que Dios le había encomendado. No era un superhombre, era tan humano como tú, mi hermano, mi hermana, pero la misericordia y la fortaleza de Dios lo levantaron y lo sostuvo hasta llegar al fin. 

Que vengan las enfermedades es inevitable, que vienen las tentaciones y las pruebas, también es cierto. Puesto que es la voluntad de Dios que seamos probados en diferentes maneras. Ahora, si Dios quiere librarnos, puede hacerlo. Mas si quiere dejar que el enemigo nos zarandee como a trigo también lo va a hacer, y no para nuestro mal, sino para bien porque así está escrito en 1 Pedro 4:12 y en Romanos 8:28.

El mensaje moderno de que Dios tiene que librarnos de todos los males y darnos todo lo que pedimos, es una vil mentira. La Iglesia del Señor no está integrada de niños "chípiles" a quienes el padre les tiene que hacer todos los gustos y si no, patean. El Señor viene por hombres y mujeres, de todas las edades y de todos los niveles, que hemos podido decir como Sedrach, Mezach y Abednego: “El Dios que a nosotros servimos nos puede librar de tu mano y del horno de fuego oh rey, pero si no nos quiere librar, nosotros de todos modos a tu estatua no nos le hincamos”. 

El apóstol Pablo, el hombre poderoso en Dios que oraba por los enfermos y resucitaba a los muertos, al estar enfermo le pidió al Señor que lo sanara, y la respuesta de Dios no fue el sanarlo, sino el decirle: “Bástate mi gracia, porque en tu flaqueza mi potencia se perfecciona” (2 Corintios 12:9). Así que mi querido hermano, enderézate y glorifica a tu Dios. El diablo es mentiroso y traicionero mas está derrotado por nuestro Señor Jesucristo. Tu Dios está a tu lado y él fue quien me dijo en esta madrugada que te escribiera estas palabras al estar orando. Recuerda que la verdad es que ya no quedan muchos días, y El que ha de venir, vendrá y no tardará, y él quiere encontrar a sus hijos velando, defendiéndose del enemigo y atacándolo también, pues el texto está en pie: “Reducid pues a vuestro pensamiento a Aquel que sufrió tal contradicción de pecadores… para que no os fatiguéis…” .


Dios te bendiga.

Pastor Efraim Valverde, Sr.

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