SEÑOR JESÚS NOMBRE SUPREMO DE DIOS (SEGUNDA PARTE)

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- Publicado: Jueves, 28 Agosto 2025 19:03
- Escrito por Esteban Trujillo
Artículo extraído de la Revista Internacional Maranatha, edición Julio 2025.
Lo presentado a continuación ha sido tomado del libro “Señor Jesús, Nombre Supremo de Dios”, escrito por el pastor Efraim Valverde, Sr.
BREVES DATOS HISTÓRICOS
Hace ya más de 20 siglos que la Iglesia empezó a ser edificada por el Señor Jesús, y como es lógico, por razón del tiempo, muchas cosas han cambiado en ella. Mas su fundamento permanece firme e inconmovible, porque está basado sobre la misma sublime y maravillosa verdad: DIOS ES UNO, Y UNO ES SU NOMBRE. Nada ni nadie puede cambiar este fundamento porque es eterno, es Dios mismo. “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Cor. 3:11).
Las cartas apostólicas, escritas en los tiempos primitivos del cristianismo, las encontramos llenas de advertencias por el Espíritu Santo, anticipándonos sobre las señales de la apostasía, que al paso del tiempo habría de entrar en la Iglesia. Advierte sobre los “espíritus de error y doctrinas de demonios...” (1 Tim. 4:1-3), sobre “los hombres amadores de sí mismos...” (2 Tim. 3:1-5), sobre los “falsos doctores...” (2 Ped. 2:1-3), sobre los burladores, los falsos profetas, los lobos rapaces y los “indoctos e inconstantes (que) tuercen... las Escrituras” (2 Ped. 3:16), que habrían de introducirse a su tiempo entre el pueblo de Dios.
No pasó mucho tiempo para cuando este terrible anticipo tuvo su cumplimiento. Mientras vivieron aquellos instrumentos especiales que el Señor escogió para que fueran las columnas fundamentales en el edificio espiritual que es la Iglesia, se contendió “eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 3). Mas cuando fue “quitado de en medio el que ahora impide” (2 Tes. 2:7), o sea el ministerio de los apóstoles, la apostasía anticipada empezó a manifestarse en forma más abierta.
Con la muerte de los apóstoles, fue “quitada de en medio” (2 Tes. 2:7) la autoridad doctrinal visible que por voluntad soberana del Dios Eterno residió en aquellos vasos únicos. Cabe mencionar aquí que la declaración, “vasos únicos”, está basada en el hecho irrefutable de que, a Sus apóstoles, y a nadie más, escogió el Señor para que sus cartas y escritos quedaran incluidos en el Canon Sagrado, considerados como la misma Palabra de Dios y, por lo tanto, como parte de la Santa Biblia. Todos los hombres que en el transcurso de los siglos y hasta hoy, han reclamado tener la misma autoridad doctrinal y los mismos derechos y facultades espirituales que los apóstoles, son falsos profetas usados por “el dios de este siglo” (2 Cor. 4:4), Satanás (que es el anticristo), para engañar y trastornar a las multitudes de profesantes cristianos insensatos e incautos.
Pasaron los primeros tres siglos en la edad de la Iglesia, y las enseñanzas heréticas de la apostasía, que fueron sembradas por Satanás (el anticristo) aun cuando vivían los apóstoles (1 Cor. 15:12; 2 Tim. 2:18), siguieron siendo cultivadas por los enseñadores apóstatas. Al ya no estar los apóstoles, estas herejías y otras más, fueron tomando fuerza paulatinamente. Lo único que humanamente contribuyó para que no se manifestaran entonces completamente fue, “lo que impide” (2 Tes. 2:6), o sea la serie de persecuciones de las que fue objeto la Iglesia en forma intermitente, durante los primeros tres siglos.
El perpetrador de estas persecuciones fue el Imperio Romano pagano que, como la potencia mundial de aquel entonces, se constituyó en originador de la presente civilización, la cual es hasta hoy la cuarta bestia de la visión de Daniel, que hace “guerra contra los santos” (Dn. 7:7. 21). En los principios del siglo IV, los seguidores del Señor Jesús experimentaron la última y una de las más terribles persecuciones, al final de la cual el rumbo de la historia cambió radicalmente. Habiendo tomado el poder el emperador Constantino, ordenó el cese definitivo de las persecuciones en contra del cristianismo, hasta llegar inclusive el día, en que esta fue reconocida como “la religión oficial” del Imperio.
Una grande mayoría de los cristianos de entonces (y muchos hasta hoy así lo sostienen), consideraron aquella orden imperial como la bendición más grande que podía haber recibido la Iglesia, pero la realidad es completamente lo contrario. La extensa historia al respecto da testimonio de esto dicho y nadie puede ahora cambiarla ni negarla. Hoy me concreto a citar aquí sola y específicamente los datos y acontecimientos que tienen que ver en forma directa con el tema doctrinal principal del presente estudio: “La Unicidad en la Divinidad y el Nombre Supremo de Dios”.
Así como la mente de Felipe fue turbada, e hizo la famosa observación: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (Jn. 14:8), muchos otros, cuyas mentes fueron también tomadas por el mismo espíritu de turbación, siguieron preguntándose durante el transcurso de aquellos primeros tres siglos: ¿Cómo es que Jesús siendo hombre, se presentó como Dios? Y no habiendo entonces (por razones que sólo Dios conoce) en muchas de aquellas mentes la revelación del Espíritu Santo para entender este misterio, se fueron desviando de la verdad fundamental de la existencia de Un Solo Dios, y del valor incomparable de Su Nombre Supremo: JESÚS el Señor.
Y así, para el año 325 eran ya muchos los ministros, y por tanto también los creyentes, que habían aceptado ya la teoría por demás descabellada de la existencia de “un Dios integrado por tres personas distintas”. A esta errónea interpretación se le empezó a distinguir con el nombre de “La Santísima Trinidad”. Y al paso de los años se le dio cuerpo así a esta doctrina de error, que es tan fuerte, que no solamente fue reconocida extensamente por la mayoría del cristianismo de aquellos tiempos, sino que aún prevalece hasta el presente tiempo como “Doctrina Oficial de la Iglesia Universal”, ejerciendo control sobre las mentes de millones de profesantes cristianos.
Para el año 325, el emperador Constantino se había ganado ya el aprecio y la gratitud del cristianismo de esos tiempos. Mas cabe decir que ese cristianismo ya no era para esos días la Iglesia perseguida, escondida en las cuevas de los montes y en las catacumbas, sino que ahora era la naciente “Iglesia Imperial” que vivía en los palacios reales. Queriendo pues el emperador, cimentar mejores relaciones con la ahora mayoría que profesaba la religión cristiana, propuso intervenir en forma directa y personal, ayudando a los ministros a resolver ciertos “problemas doctrinales” que observó estaban dividiendo al cristianismo. Y así convocó, en el año 325, el históricamente conocido Concilio de Nicea, donde hicieron acto de presencia más de 300 obispos venidos de diferentes partes del vasto imperio. El mismo emperador presidió aquella augusta asamblea, dando así la aprobación oficial del estado a tan importante reunión. El debate principió, considerándose como tema principal, la doctrina de la Divinidad de Cristo el Señor.
Al terminar aquel concilio, por voto de la mayoría y la consiguiente aprobación del emperador, quedó establecida, y permanece hasta el día de hoy, la falsa doctrina de la “Trinidad” como el “Credo Oficial de la Iglesia Universal”. Para la presente fecha, son millones y millones de profesantes cristianos, de todas razas y por el mundo entero, que en incontable número de organizaciones e instituciones religiosas, aceptan sumisamente la interpretación del concilio ya mencionado. Estas siguen sosteniendo y defendiendo hasta hoy, una doctrina falsa que ni los muchos siglos de edad, ni la inmensa multitud de los que la han creído, pueden hacerla verdadera. Hasta el presente día, es un hecho innegable que ninguno de los muchos eruditos y autores de los millares de libros que se han escrito sobre la llamada “Trinidad”, pueden explicar en forma clara cómo es que Dios, que debe ser Uno, según ellos es “tres personas”.
La Santa Biblia es la autoridad doctrinal suprema del pueblo de Dios, y en ella misma es donde se declara el misterio de la Divinidad. Mas esta revelación, por el Espíritu Santo, opera en cada uno de aquellos creyentes, quienes con un corazón abierto y sin conceptos prefijados, ponen sinceramente su fe en el Señor Jesús, y sus ojos y su corazón en Su Santa Palabra.
DIOS ES ESPÍRITU
A continuación en breve, y solamente como un bosquejo para iniciar al lector en el sendero de la revelación que sólo Dios puede dar, señalo las siguientes porciones Escriturales y los razonamientos sobre las mismas.
“Dios es Espíritu” (Jn. 4:24). En Su Espíritu cubre la inmensidad incomprensible del infinito, tanto en tiempo como en distancia. En Su Espíritu es la Sabiduría Suprema e Infinita que lo ha creado todo. Él controla con una precisión maravillosa la inmensidad de la creación, desde las partículas increíblemente minúsculas que forman los átomos, hasta la vastedad indescriptible de los millones de galaxias. Dios en Su Espíritu es Infinito, Invisible, Intangible, Eterno, no tiene principio ni tiene fin.
A este Espíritu Omnisciente, Omnipresente y Omnipotente, es a quien la Biblia llama el “Padre nuestro” (Mt. 6:9), el “Padre Eterno” (Is. 9:6), el “Padre de las luces” (Stg. 1:17), el “Padre de los espíritus” (Heb. 12:9), el Padre Santo. “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24) y Dios es “Santo” (Lv. 11:44). El Padre es el Espíritu Santo. En la Divinidad no hay tres personas, por la sencilla razón de que el Espíritu no es persona. Tampoco hay dos Espíritus, mucho menos dos Dioses. “Un cuerpo, y un Espíritu; como sois también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación: Un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todas las cosas, y por todas las cosas, y en todos vosotros” (Ef. 4:4-6).
En Dios, o sea en la Divinidad, los términos Padre, Hijo y Espíritu Santo, no son para dividir a Dios, ni mucho menos para justificar la existencia de “dos” o de “tres personas”. Estos términos, son para especificar los distintos aspectos y funciones de Dios en relación con Su creación; y esto más particularmente con Sus hijos, pero también con las demás criaturas a quienes dotó con la facultad divina del razonamiento, sean ahora los seres celestiales o los terrenales. Como Padre, se presenta sobre todo como el Ser Infinito e Invisible. Como Espíritu Santo, singulariza Su acción redentora y Su poder regenerador que opera en el género humano caído. Incluso, es ese el título que usa para nombrar el Don sublime de inspiración y de poder que ha prometido y ha dado a miles de redimidos: ¡el Don del Espíritu Santo!
Dios los bendiga.
Pastor Efraim Valverde, Sr.
Continuará en la siguiente edición.
Si alguien desea obtener la Revisa Internacional Maranatha, Julio 2025, puede dar CLIC en el siguiente ENLACE para descargarla: https://www.evalverde.com/index.php/es/revista-maranatha/download/2-revista-maranatha/143-maranatha-julio-2025
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