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EL CRISTIANISMO Intervención de Constantino y “Establecimiento del papado"

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Habiendo enumerado en breve algunas de las doctrinas de error que entraron en la Iglesia y tomaron fuerza en los primeros siglos, consideremos ahora lo que pasó después de “que fue quitado de en medio lo que impedía” (2 Ts. 2:6).

 

Cuando terminó la última y más encarnizada persecución en el año 311, los cristianos, por todo el vasto Imperio, dieron gracias a Dios. Pensaron entonces que el cese definitivo de las persecuciones –que por cerca de tres siglos habían afligido al cristianismo en forma intermitente –era la bendición más grande que podía haber recibido la Iglesia. (Este concepto prevalece hasta el día de hoy en las mentes del cristianismo nominal). Pero la terrible realidad era otra. 

Como los explicamos antes, Satanás había estado preparando el terreno en el corazón de los “Diótrefes” para dar el golpe mayor, y sabía que el tiempo propicio había llegado. Aquel remanso de paz no era el fin de la tempestad, como muchos entonces creyeron, antes por lo contrario, pues ésta era la preparación en la estrategia satánica para el ataque supremo. Lo que seguía ahora ya no iba a ser persecución en la condición física, sino en las mentes y en los sentimientos; el desvío espiritual completo para que se cumpliera lo anticipado por el Espíritu Santo por medio de los apóstoles (Hch. 20:29-38, 1 Ti. 4:1-3, 2 Ti. 3:1-5, 2 P. 2:1-3, Judas 1:18-19). 

En el año 313, por orden del Emperador Constantino y por medio del famoso Edicto de Milán, se promulgó la ley de que por todo el Imperio se reconociera la religión cristiana en el mismo nivel que las otras religiones paganas que ya existían. Al cabo de unos cuantos años, sin embargo, la religión “cristiana” se sobrepuso sobre las otras religiones oficiales del Imperio, por la sencilla razón de que era mayoritaria. Pues habiendo cesado las persecución, ya fue cosa fácil “hacerse cristiano”, mayormente cuando el mismo Emperador Constantino aceptó (aunque solamente de labios) el cristianismo. Ahora el mismo emperador trataba a los cristianos, mayormente a los ministros, con una consideración muy especial, al grado de llegar a decirles en cierta ocasión: “si vosotros sois ministros del Dios Todopoderoso, entonces sois representantes de Él, y por tanto vosotros sois divinos”. 

Prevaleciendo esta condición, “se hicieron miembros de la iglesia” multitud de personas de todos los rangos y niveles de la sociedad, mas no por una conversión genuina a Cristo el Señor, sino por conveniencias muy humanas y terrenas. En cosa de unos cuantos años, la así llamada “iglesia cristina” estaba llena de mundanalidad. Durante los siglos de las persecuciones, el anticristo no logro llevarse la Iglesia al mundo, mas ahora en la holganza consiguió traerse el mundo a la Iglesia. Los “espíritus de error y doctrinas de demonios” que habían venido acomodándose en las mentes de muchos cristianos, ahora tomaron auge. La fuerza que no pudieron adquirir durante las persecuciones ahora, en la holganza física, material y espiritual, la obtuvieron, pues, la Iglesia de las catacumbas ahora pasó a ser la iglesia de los palacios. La Iglesia pobre paso a ser la iglesia rica; la Iglesia esclava pasó a ser la iglesia elegante. Pero… ¡Oh, triste realidad! La mayoría entre aquella Iglesia fiel que el Señor fundó, en menos de 300 años se convirtió en la iglesia apóstata. Otra monstruosa metamorfosis operó en la ya así reconocida Iglesia Universal o “Católica; de aquí en adelante dejó de ser la Iglesia víctima, para convertirse en el más terrible verdugo que jamás han tenido los verdaderos creyentes y seguidores de Jesucristo, el Señor. 

La pugna entre la verdad y las herejías creció. El debate principal giraba sobre la Divinidad y la persona de Cristo. La simiente de la cizaña se había multiplicado y amenazaba ahora con ahogar el trigo. En las mentes de muchos ministros y miembros ya estaba sembrada la doctrina que se le había comenzado a llamar ya de tiempo “La Santísima Trinidad”, la cual enseña hasta el día de hoy que el Padre es la Primera Persona de la Divinidad; el Hijo, la Segunda; y el Espíritu Santo, la Tercera. Sin embargo, muchos fieles se sostenían en la verdad reconociendo la Unicidad de Dios, y a Jesucristo como a la única persona en la Divinidad de acuerdo con las enseñanzas de los apóstoles (Col. 1:15, 2 Co. 4:4, He. 1:3, 1 Ti. 3:16). 

La presión provocada por este gran debate entre el cristianismo llegó hasta el Emperador Constantino, quien intervino ahora en los asuntos religiosos de la Iglesia para tener de su parte a ese gran segmento de la población de Imperio –en la misma manera en que Herodes, en su tiempo, había intervenido en la construcción del Templo para tener a los Judíos de su parte. Convocó, por tanto, a un gran concilio en la Ciudad de Nicea en el año 325, al cual asistieron más de 300 obispos representado a la gran mayoría de las iglesias existentes en todo el mundo de entonces. Aquella convocación fue hecha con toda la pompa imperial, y encontramos ahora juntos, en esta augusta reunión, a los ministros fieles y a los ya desviados. El mismo Emperador Constantino presidió aquella histórica reunión, cuyos resultados repercuten intensamente hasta hoy, después de más de 16 siglos. La mayoría votó a favor de la doctrina de “La Trinidad” y, con la aprobación respectiva del emperador, esa doctrina paso a ser la “doctrina oficial de la Iglesia”, Arrio y sus compañeros, habiendo defendido la verdad durante el transcurso del concilio, no aceptaron ahora el fallo definitivo como “oficial”, y allí mismo fueron desconocidos y marcados como herejes. Al transcurso de pocos años –ya lo mencionamos antes --, los verdaderos creyentes ya no fueron perseguidos y martirizados por los paganos, sino ahora por sus propios “hermanos cristianos”. 

Juntamente con la doctrina de la Trinidad, fueron también confirmadas otras más en forma plena, y también muchas de las que mencionamos inicialmente en la lista de las doctrinas erróneas. Otras más fueron posteriormente sancionadas en los concilios que en aquellos primeros siglos se continuaron celebrando de acuerdo con el siguiente orden: Después de Nicea en el año 325, el primero de Constantinopla en el año 381; el de Éfeso en el 431, y el de Calcedonia en el año 451; el segundo de Constantinopla en el 533, y el tercero del mismo en el año 680; y el segundo de Nicea en el año 787. Otros concilios más se llevaron a cabo después de éstos, pero los mencionados son los que, según la historia, se consideran más importantes. 

Estructura Político-Religiosa 

Después del golpe cardinal dado con las decisiones tomadas en el Concilio de Nicea, el anticristo siguió ahora trabajando en las mentes de los ministros apostatas para asentarse definitivamente “en el templo de Dios, como Dios, haciéndose parecer Dios”. Para mediados del siglo cuarto, los obispos patriarcales de las iglesias principales en Alejandría, Jerusalém, Antioquia, Constantinopla y Roma se disputaban la supremacía y “el primado”. Aquella tremenda pugna por el poder eclesiástico prevaleció por más de siglo y medio hasta llegar el año 606 cuando, después de una batalla campal semejante a la de mortíferos gladiadores, el obispo de Roma, habiendo derrotado a todos sus adversarios, logró que se le confirieran los nombres blasfemos de “Príncipe de lo de los obispos”, “Pastor Supremo”, “Cabeza Universal de la Iglesia” y “Vicario de Cristo en la Tierra”. En un remedo grotesco y diabólico se resucito entonces la memoria del apóstol Pedro y se le adjudicó el título de “Príncipe de los Apóstoles”, cual también agregó a su lista el obispo de Roma. Ya citamos antes el hecho de que el ministerio de los apóstoles –y en este caso particularmente el del apóstol Pedro—tenía que ver en una forma muy especial con aquella expresión del apóstol Pablo cuando dijo: “Porque ya está obrando el misterio de iniquidad; solamente espera que sea quitado de en medio el que ahora impide”. Y vemos aquí ahora la comprobación de ello. Mientras Pedro vivía, el diablo nunca hubiera podido conseguir que el apóstol se dejara usar para establecer semejante blasfemia. En cambio, es el mismo Pedro, quien reprueba semejante desvío en una forma muy directa (léase 1 P. 5:1- 4). Mas después de haber sido “quitado de en medio” (o sea, habiendo muerto), tanto él como los demás apóstoles, el anticristo levantó a Pedro como un fantasma impostor y le adjudicó el blasfemo título de “Príncipe de los Apóstoles”. Ahora, después de cinco siglos, al humilde pescador de Galilea se le vistió de ropas reales, y se le entronizó como un poderoso monarca terrenal. (Siempre he pensado en la tremenda sorpresa que se van a llevar Pedro y María, la madre del Señor, en el día de la resurrección: Pedro, reconocido como “Sumo Pontífice y Monarca”; María, la humilde esposa de José, el carpintero de Nazareth, como la “Reina Madre de Dios”). 

A raíz del establecimiento de la farsa descrita, se inventó una cadena de “sucesión apostólica” que cubrió los siglos que ya habían pasado; inclusive, se propago la idea de que el apóstol Pedro había sido crucificado en Roma. En la ciudad imperial se edificó entonces un trono especial sobre el cual se confirieron poderes supremos, tanto espirituales como seculares. Ahora, “el hijo de perdición, el hombre de pecado”, reclamó su derecho y tomó su lugar en cumplimiento de la profecía que nos ocupa en este estudio. Ahora Satanás, “el dios de este siglo”, usando a los ministros apostatas en una enorme estructura político- religiosa, tomó el lugar de Dios “asentándose en el Tempo de Dios, como Dios, haciéndose parecer Dios”. “El cuerno pequeño” que vio Daniel en la cuarta bestia de su visión, que tiene “ojos como de hombre, y una boca que habla grandezas”, se enseñoreo sobre todos los demás cuernos (poderes). En esa posición de influencia ha permanecido funcionando hasta el día de hoy, directa o indirectamente, en cumplimiento exacto a la descripción profética y en la cual continuará hasta que el reino “sea dado al pueblo de los santos del Altísimo” (Dn. 7:27). 

“Ahora sí –dicen los historiadores--, la iglesia quedo bien organizada”. Este es el consenso que prevalece hasta hoy. Inclusive, el cristianismo moderno –gran parte del cual se gloría actualmente de tener la unción del Espíritu Santo (el Movimiento “Carismático”) – no se detiene a considerar la prueba de los siglos ni a mirar que la maldición mas terrible para la Iglesia fue, y ha sido, el haber desobedecido y estar desobedeciendo el mandato divino de que los verdaderos seguidores de Cristo, el Señor, no deben gobernarse como se gobiernan los hombres en el mundo secular. La orden específica y enfática del Maestro está en efecto y no ha variado hasta hoy: “Mas entre vosotros NO será así” (Mt. 20:25-28). 

Desde que “fue quitado de en medio lo que impedía”, el anticristo impulsó a los ministros turbados para que organizarán la Iglesia a la figura de las estructuras de gobierno humano (en forma de pirámide). Insinuó en los oídos de ellos, desde entonces y hasta ahora, que es indispensable que haya “autoridades eclesiásticas” para que velen por la integridad de la doctrina y por la obra de Dios en general. Desde el principio, los Diótrefes” empezaron a ser llevados por este consejo sutil del “dios de este siglo”, el anticristo, en oposición a lo ordenado por nuestro Señor Jesucristo, provocando con su desobediencia las consecuencias lógicas habidas y prevalecientes. Han usurpado por siglos, y siguen aún usurpando en el presente día, la autoridad y el lugar de Cristo, el Señor, nombrándose ellos mismos “potestades” y “autoridades” sobre los creyentes, en oposición a la misma Palabra de Dios y al sistema de gobierno de Dios para Su Iglesia. Estando en esa posición han elaborado y siguen elaborando doctrinas, credos y tradiciones, violando la autoridad de la Palabra divinamente inspirada, pues han puesto y ponen sus acuerdos y dogmas por encima de la misma Biblia. 

A tal grado ha sido el poder ejercido por la estructura político-religiosa, falsamente llamada “La Iglesia Cristiana, que por unos mil años, en un largo periodo que la misma historia secular llama “El oscurantismo”, logró tener escondida la Biblia, la Palabra de Dios, delante de la multitud del profesante cristianismo. Inculcó, en cambio, un número incontable de herejías, blasfemias y cultos paganos e idolátricos que son exactamente los “espíritus de error, y doctrinas de demonios” que el Espíritu Santo anticipó por medio del Apóstol Pablo. 

El Señor los bendiga.

Pastor Efraim Valverde, Sr.



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