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LA APOSTASÍA PROFETIZADA

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“Empero os rogamos, hermanos, en cuanto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestro recogimiento a él, que no os mováis fácilmente de vuestro sentimiento, ni os conturbéis ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como nuestra, como que el día del Señor esté cerca.

No os engañe nadie en ninguna manera; porque no vendrá (el Señor) sin que venga antes la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, oponiéndose y levantándose contra todo lo que se llama Dios, o que se adora; tanto que se asiente en el templo de Dios como Dios, haciéndose parecer Dios. ¿No os acordáis que cuando estaba todavía con vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que impide, para que a su tiempo se manifieste (la apostasía). Porque ya está obrando el misterio de iniquidad: solamente espera hasta que sea quitado de en medio el que ahora impide” (2 Tes. 2:1-7)

Conforme a esta declaración de la Sagrada Escritura, podemos ver que la Iglesia en Tesalónica creía con toda sinceridad que el Señor regresaría de un momento a otro. Al entender lo que pensaban los creyentes en esta congregación, podemos deducir que probablemente esa era la manera de pensar de la mayoría de los creyentes en la Iglesia entonces. Pues fue, precisamente esa manera de creer la que movió primeramente a los hermanos de la Iglesia en sus primeros días para que vendieran todas sus posesiones y las trajeran “a los pies de los apóstoles” (Hch. 4:32-35). Después de algunos años de que esto se hizo así en Jerusalem, podemos ver que entre los creyentes gentiles que Pablo evangelizó, aun prevalecía la idea de que el Señor iba a regresar de un momento a otro en esos días.

Ahora Pablo, conforme a la revelación que recibió de Dios, les explica a los hermanos de Tesalónica que no era correcta la manera en que estaban creyendo. Les menciona de ciertos mensajes erróneos que habían oído de otros enseñadores; de ciertas cartas falsas que habían recibido “como nuestras”. Les dice de ciertos mensajes que les habían sido dados “por espíritu”, los cuales no eran de parte de Dios. El apóstol enfatiza que todas estas operaciones eran con el fin de trastornar a los cristianos de aquel tiempo, haciéndoles creer que el regreso del Señor ya era inminente. ¡Cuántas semejanzas a las operaciones modernas del error podemos encontrar aquí! ¡Cuán fácil víctima ha sido siempre el incauto pueblo de Dios en manos del anticristo engañador! Éste ha usado las mismas estratagemas de engaño en todos los tiempos, aprovechando muy especialmente el descuido espiritual tanto entre los ministros como entre los creyentes. Al no tener éstos la suficiente fuerza y madurez espiritual, han sido turbados y no han podido reconocer la operación del engaño cuando ésta se ha presentado para trastornarlos. A los Tesalonicenses se les presentó un mensaje de error como si fuera de origen divino, y podemos entender que por algún tiempo estuvieron creyéndolo. Mas teniendo una ministración genuina por medio del apóstol Pablo, y habiendo abierto sus corazones con sinceridad para recibirla, fueron así librados del engañador.

El Espíritu Santo, desde entonces y hasta hoy, sigue advirtiendo al pueblo de Dios que nos cuidemos del engaño; que aprendamos a discernir entre lo falso y lo real; que no seamos llevados fácilmente por cualquier viento de doctrina, por cualquier mensaje, nomás por el hecho de ser éste atractivo, novedoso, popular o por ser poseedor de estas mismas cosas el mensajero que lo predicare. Los mensajes falsos siguen llegando aún como en los tiempos de Pablo, por espíritu, por letra, por palabra y, en esta última, usando muy especialmente los tremendos medios de comunicación modernos. No en vano está la advertencia: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas son salidos del mundo” (1 Jn. 4:1).

Pablo continúa dando explicaciones que son de suprema importancia para el día de hoy, presentando a la vez a los hermanos de entonces, razones concisas por las que no era posible que el Señor Jesús regresara en aquellos primeros años de existencia de la Iglesia. Ahora en estos últimos tiempos, cuando el regreso del Señor ya es inminente y que han cobrado prominencia mensajes de fantasías ilusorias tales como las del futurismo, las declaraciones proféticas aquí citadas son de un valor incomparable por razón de su singularidad. Precisamente en ellas se nos habla de “la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestro recogimiento a él”, en una expresión que desconoce todo indicio de la hoy popular teoría del “rapto misterioso”. Por su parte, esta expresión es en todo caso, solamente una repetición para confirmación de la declaración hecha al respecto en una forma por demás clara en el capítulo anterior, donde se nos dice: “Porque es justo para con Dios pagar con tribulación a los que os atribulan. Y a vosotros, que sois atribulados, dar reposo con nosotros, cuando se manifestará el Señor Jesús del cielo con los ángeles de su potencia, en llama de fuego, para dar el pago a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales serán castigados de eterna perdición por la presencia del Señor, y por la gloria de su potencia, cuando viniere para ser glorificado en sus santos, y a hacerse admirable en aquel día en todos los que creyeron” (2 Tes. 1:6- 10). Continúa explicando que la Segunda Venida no acontecerá sin que aparezca antes una señal muy prominente y ésta es la que el apóstol llama aquí “la apostasía”. Recordemos que el futurismo enseña que la apostasía aún no ha venido, sino que aparecerá hasta después de “el rapto”. La realidad es que esta operación ha estado ya siendo manifestada abiertamente, y aun pudiéramos decir “oficialmente”, durante los últimos 16 siglos. Es también Pablo quien refiriéndose a los días próximos posteriores a su ministerio, señala en forma muy específica ciertos aspectos de la apostasía que ya han tenido, para nuestros tiempos, un cumplimiento innegable. Oigámoslo: “Empero el Espíritu dice manifiestamente, que en los venideros tiempos algunos apostatarán de la fe escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios; que con hipocresía hablarán mentira, teniendo cauterizada la conciencia. Que prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de las viandas que Dios creó para que con hacimiento de gracias participasen de ellas los fieles, y los que han conocido la verdad” (1 Tim. 4:1-3).

¿Pudiera alguien ignorar aquí la existencia de la doctrina “cristiana” del celibato sacerdotal? Lo mismo podemos decir de la antigua doctrina de la abstención de ciertas comidas en cierto día de la semana. Éstas y muchas más hasta hoy son doctrinas populares entre la llamada cristiandad, las cuales en realidad no son más que un mero paganismo disfrazado con un remedo grotesco de cristianismo una mezcla satánica de escritos sagrados con inventos “religiosos que han tenido su origen en el mismo infierno. Más adelante trataremos sobre un buen número de estas “doctrinas de demonios” en forma más específica. En todo caso, aquí lo que estamos enfatizando es lo absolutamente absurdo de decir que la apostasía a la que el apóstol Pablo se refiere todavía no viene, o el negar su existencia. Es increíble cómo el espíritu de engaño, por medio del hoy popular futurismo, ha logrado que multitud de profesantes cristianos acepten tal interpretación profética. La apostasía, repito, hace muchos siglos que empezó pues, podemos decir ahora, hace también muchos siglos que ya no está “lo que impide” y que “fue quitado de en medio el que entonces impedía”. Ahora sí es correcto el creer que “la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestro recogimiento a él” son inminentes. Pablo liga la manifestación de la apostasía con un personaje al cual identifica con el seudónimo de “el hombre de pecado, el hijo de perdición”. Este personaje –notemos esto muy bien— actúa en dos operaciones diametralmente opuestas. En un extremo, “se levanta y se opone en contra de todo lo que se llama Dios, o que se adora”; en el otro, “se asienta en el templo de Dios, como Dios, haciéndose parecer Dios”. En otras palabras, en el extremo izquierdo, niega la existencia de Dios; en el extremo derecho, dice que él es Dios. Esta doble operación es imposible que la pueda hacer un humano pero en cambio, sí es una cosa muy fácil para “el espíritu del anticristo” quien es el mismo Satanás, “el dios de este siglo”.

En todo caso, el apóstol, por el Espíritu Santo, habla aquí de una operación que no está reducida a cierto segmento de la humanidad ni tampoco para que obre solamente al final de los días en un período breve de siete años literales como ha enseñado el futurismo en estos últimos tiempos. En cambio, habla de una operación universal que abarca todo “el tiempo de los Gentiles”. Por lo tanto, esta operación apóstata la ha realizado Satanás, el anticristo, durante todo el período de la gracia, o sea, desde que la Iglesia fue edificada por el Señor hasta hoy. Para ello ha usado y sigue usando muy especialmente a los ministros falsos o engañados. Éstos a su vez, se han prestado como instrumentos en las manos del engañador por medio del sistema de gobierno de autoridad de hombre, prohibido enfáticamente por el Señor para Su Iglesia, pues tal sistema es la “imagen de la bestia”. En sus interpretaciones de fantasías modernas, los futuristas perciben al “hombre de pecado, al hijo de perdición”, como el anticristo de la “mitología cristiana” sobre la cual ya hemos tratado antes. Éstos ignoran, consciente o inconscientemente, el hecho innegable de que un solo hombre –no importa qué tan poderoso fuere éste nunca pudiera cumplir la profecía referente a la apostasía cubriendo todos los tiempos y todos los lugares de la Tierra. En cambio, “el espíritu del anticristo” –que sí es uno— ha estado haciendo precisamente esto ya por siglos, usando una dinastía de hombres; líderes que han integrado los sistemas políticos de las organizaciones religiosas cristianas, comenzando con “la madre de las fornicaciones y de las abominaciones de la tierra” (Ap. 17:5).

Precisamente, de acuerdo con la Escritura, la raíz de la apostasía consiste en que un impostor toma el lugar de Dios; en que un falso cristo toma el lugar de Cristo, el Señor. “Asentado ya en el templo de Dios”, que en este caso es la Iglesia, introduce en ella “doctrina de demonios” y “tuerce las Escrituras” para confusión de una multitud de gente y para condenación de muchos. Insisto que un solo hombre no podría jamás engañar a tantos, en todos los lugares y en todos los tiempos. Tiene éste que ser un personaje sobrenatural que pueda seducir a la misma humanidad, “como Dios, haciéndose parecer Dios”. El único personaje que está capacitado para hacer tal cosa es “el dios de este siglo”, de quien ya hemos enfatizado que es nada menos que Satanás, el anticristo, “el príncipe de este mundo”. De acuerdo con el testimonio de muchas Escrituras, éste es el personaje que ha querido siempre, y sigue queriendo hasta hoy, ser adorado como Dios.

ESPARCIMIENTO

Todos los apóstoles hablaron muy enfáticamente sobre la aparición de esa maldición como lo ha sido y lo es hasta el día de hoy la apostasía entre la cristiandad. Consideremos algunas de sus advertencias al respecto. Pablo dijo: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al ganado; y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas, para llevar discípulos tras sí” (Hch 20:29-30). Pedro dice: “pero hubo también falsos profetas en el pueblo (refiriéndose a Israel), como habrá entre vosotros (la Iglesia entre los gentiles) falsos doctores, que introducirán encubiertamente herejías de perdición, y negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos perdición acelerada. Y Muchos seguirán sus disoluciones, por los cuales el camino de la verdad será blasfemado” (2 Ped. 2:1-2). Judas menciona también su parte diciendo: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los cuales desde antes habían estado ordenados para esta condenación, hombres impíos, convirtiendo la gracia de nuestro Dios en disolución, y negando a Dios que solo es el que tiene dominio, y a nuestro señor Jesucristo” ( Judas, 1-4). Juan se queja de uno de los anticristos de sus días diciendo: “… mas Diótrefes, que ama tener el primado entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo viniere, recordaré las obras que hace parlando con palabras maliciosas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y prohíbe a los que quieren recibir, y los echa de la iglesia” (3 Jn. 9-10). A todo esto, y a muchos acontecimientos más, es a lo que Pablo se refirió cuando dijo: “porque ya está obrando el misterio de iniquidad”.

Por las declaraciones de los apóstoles, podemos deducir con seguridad que la apostasía no aparecería unos 20 o 21 siglos después. En cambio, entendemos que el Espíritu Santo, por medio de los apóstoles, estaba anunciando una desviación en gran escala que se manifestaría en la Iglesia en un futuro no lejano después de la partida de ellos. Dos razones poderosas había en el tiempo de los apóstoles que impedían la manifestación abierta de la apostasía. Pablo implica en sus declaraciones, en forma encubierta y misteriosa estas dos razones señalando primeramente “lo que impide”, y a continuación “el que impide”. Ahora consideremos estas razones “misteriosas” con la guianza del Espíritu Santo y a la luz de la historia. Primeramente, “lo que impedía” era nada menos que la autoridad doctrinal que por la voluntad del Señor residía en los apóstoles y los cuales estaban aún en la escena. Ellos mismos dan razón que aún en ese tiempo ya había ministros falsos que trataban de propagar doctrinas de error y enseñanzas torcidas entre los hermanos (1 Cor. 15:12 / Gál. 1:6-7 / 2 Ped. 3:16); pero no era posible que éstas cobraran fuerza, entonces pues el ministerio singular del apostolado era más fuerte que “el misterio de iniquidad”. (Fue un ministerio único, como se puede comprobar en las páginas del Libro Santo). Con los escritos de ellos, considerados hasta el día de hoy como la misma Palabra de Dios por una gran mayoría entre la cristiandad, quedó cerrado y sellado el canon sagrado. Este ministerio era por tanto, “lo que impedía,” primeramente.

La segunda y poderosa razón era “el que impedía”. Los apóstoles estaban conscientes de la profecía referente al “cuerno pequeño”, en el cual había “como ojos de hombre, y una boca que hablaba grandezas” (Dn. 7:8). Sabían que era menester que éste se manifestara, pues el Señor les había enseñado, en aquel tiempo a ellos, algo que para nosotros hoy es muy fácil entender por cuanto ya es historia: el pagano Imperio Romano de los días de los apóstoles sufriría una metamorfosis, transformándose en “cristiano” al transcurso de los años. Ellos sabían que el poder religioso de un ministerio falso, que era en este caso la apostasía profetizada, tenía que aparecer. Pablo tenía mucha razón para referirse en forma encubierta al escribir sobre ello, pues implicaba sedición ante el gobierno imperial y, por lo tanto, peligro. Mientras el Imperio Romano permanecía “pagano”, las persecuciones en contra de los cristianos iban a continuar y éstas, como siempre ha acontecido entre el pueblo de Dios, iban a impedir que aquel apostatara abiertamente. Pablo entendía que “el hombre de pecado, el hijo de perdición”, o sea, el ministerio apóstata organizado, no se podía manifestar mientras continuaran las persecuciones y el martirio. Y exactamente así sucedió.

ESPARCIMIENTO DE LA DOCTRINA APÓSTATA

Durante los últimos siglos, después de un poco más de dos siglos, apareció en la escena el Emperador Constantino, y las persecuciones cesaron. El cristianismo se convirtió, a su tiempo, en la religión oficial del Imperio. “El que impedía” fue quitado de en medio. La apostasía se manifestó con todo su abominable poder espiritual destructivo y así, después de más 16 siglos, ha permanecido hasta el día de hoy. De ese poder sólo Dios puede librar a Sus fieles. Insisto que es terrible ver cómo “el dios de este siglo” ha logrado, por siglos y hasta hoy, cegar a la multitud de profesantes cristianos para que crean a la mentira; cómo ha logrado cerrar sus razonamientos para que no vean la apostasía cumplida ya en forma plena, negando así la realidad de la historia y creyendo, en cambio, a las torcidas interpretaciones futuristas. “Aquel inicuo, el cual el Señor matará con el espíritu de su boca (el mensaje de la verdad), y destruirá con el resplandor de Su Venida”, no es un individuo, no es un ser humano, es un espíritu tremendo que ha operado por medio del sistema políticoreligioso entre el cristianismo, y el cual tiene poder para controlar las mentes de todos los que no tienen “la marca de Dios”. La apostasía profetizada por los apóstoles del Señor hace ya más de 20 siglos, no solamente se ha cumplido, mas está por llegar a su fin. Los desvíos espirituales que han prevalecido y prevalecen aún entre la mayoría del profesante cristianismo, muy pronto no serán más. “Ahora es el juicio de este mundo: ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”, dice Jesucristo nuestro Señor y Dios (Jn. 12:31). Por un período de tiempo, al anticristo le ha sido “dado hacer guerra contra los santos, y vencerlos” (Ap. 13:7), pero ese tiempo está por terminársele. Durante todo este tiempo ha parecido muchas veces como que la mentira prevalece contra la verdad, el mal contra el bien y las tinieblas contra la luz, pero eso es imposible que acontezca realmente puesto que “ellos (los fieles hijos de Dios) le han vencido (al impostor) por la Sangre del Cordero, y por la Palabra de Su Testimonio” (Ap. 12:11).

 

Dios te bendiga.

Pastor Efraim Valverde, Sr.

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