EL VELO EN ISRAEL

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Artículo extraído de la Revista Internacional Maranatha, edición Julio 2025.

 

“Empero los sentidos de ellos se embotaron; porque hasta el día de hoy les queda el mismo velo no descubierto en la lección del antiguo testamento, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando Moisés es leído, el velo está puesto sobre el corazón de ellos” (2 Cor. 3:14-15). “Porque Dios encerró a todos en incredulidad, para tener misericordia de todos” (Rom. 11:32).

 

Cuando el apóstol Pablo se adentra en este tremendo tema, sobre el cual estoy una vez más llamando la atención de mis hermanos y lectores, lanza la siguiente exclamación: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son Sus juicios, e inescrutables Sus caminos!” (Rom. 11:33). Ahora, por mi parte, yo exclamo también, y digo: ¡Cuán diferente es la expresión de reconocimiento del apóstol Pablo, a la de muchos ministros del tiempo presente que reclaman y actúan como quienes ya son poseedores de TODOS los conocimientos y de los juicios de Dios!

 

Consta a muchos de mis hermanos, que en los últimos años de mi ministerio he marcado continuamente, tanto en palabras como en letras, el hecho de que hay tres mensajes fundamentales sobre los cuales están basadas todas las verdades y la obra del Eterno: 1. QUIÉN ES DIOS, 2. QUIÉN ES ISRAEL, 3. QUIÉN ES LA IGLESIA. Todo lo declarado por el Creador en las páginas del Libro Santo, está invariablemente conectado con los mensajes fundamentales descritos. Si lo fundamental no se entiende, se está corriendo el peligro de estar edificando en falso, y tarde o temprano las consecuencias fatales de tal actuación, habrán de tráele perjuicio al profesante cristiano.

 

Es por tal razón, por mi parte, que he sido movido continuamente por el Señor, ya por el curso de largos años, para insistir en hablar, escribir y enseñar sobre estas cosas, pues “a mí, a la verdad, no es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro” (Fil. 3:1). “Por esto, yo no dejaré de amonestarlos siempre de estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente. Porque tengo por justo, en tanto que estoy en este tabernáculo, de incitaros con amonestación: sabiendo que brevemente tengo de dejar mi tabernáculo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia, que después de mi fallecimiento, vosotros podáis siempre tener memoria de estas cosas” (2 Ped. 1:12-15).

 

En esta ocasión, estoy escribiendo nuevamente sobre el pueblo Judío, siendo el tema: “El Velo en Israel”. Tema tan profundo e importante, insisto, que nunca podremos decir que ya lo hemos agotado todo. Por lo contrario, es tan escaso y reducido el conocimiento que prevalece, no solamente entre el pueblo sino aun en el ministerio del Nombre que, por mi parte, repito, siento la imperiosa necesidad de seguir enseñando sobre ello. Lo hago rogando a mi Dios, que Él obre una vez más en los entendimientos de “los entendidos” (Dn. 12:10), para que podamos así mirar qué tan importante es la relación del “velo en Israel”, con la salvación de nosotros los cristianos entre los gentiles.

 

Mucho he enfatizado antes sobre las declaraciones del Espíritu Santo, por instrumentalidad del apóstol Pablo, cuando nos dice a nosotros, los cristianos gentiles: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis acerca de vosotros mismos arrogantes: que el endurecimiento en parte ha acontecido en Israel, hasta que haya entrado la plenitud de los Gentiles; y luego todo Israel será salvo; como está escrito” (Rom. 11:25-26). Pues la presencia innegable de esa arrogancia mencionada entre el profesante cristianismo en el mundo, es un hecho que, solamente el que no quiere verlo, lo niega. La verdad es que la Palabra de Dios no puede dejar de cumplirse, y el “ignorar este misterio” ha producido y sigue produciendo “arrogancia”.

 

Son muchas las porciones Escriturales en el Nuevo Testamento, por medio de las cuales se nos explica y se nos exhorta a nosotros los cristianos gentiles, para que consideremos, entendamos y no olvidemos que, “la salud (salvación) viene de los Judíos” (Jn. 4:22). El apóstol Pablo nos dice: “Por tanto, acordaos que en otro tiempo vosotros los Gentiles en la carne, que erais llamados incircuncisión por la que se llama circuncisión, hecha con mano en la carne; que en aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la república de Israel, y extranjeros a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:11-12). El apóstol Pedro, por su parte, también se dirige a nosotros los cristianos gentiles, y nos dice: “Vosotros, que en el tiempo pasado no erais pueblo, mas ahora sois pueblo de Dios; que en el tiempo pasado no habíais alcanzado misericordia, mas ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Ped. 2:10).

 

La verdad clara e irrefutable que debemos de captar, tanto en las Escrituras citadas como en las muchas que hablan sobre lo mismo, es que el Espíritu Santo de Cristo el Señor, quiere que nosotros estemos bien despiertos, al hecho de que si ahora profesamos ser miembros del pueblo de Dios, es solo y únicamente por la operación misteriosa y tremenda del Eterno. Pues Dios, habiendo formado y llamado a Israel para hacerlo un pueblo especial, depositario de Sus maravillosas promesas, quiso a Su tiempo “cegarlo” “por el velo, esto es, por Su Carne” (Heb. 10:20), para tener misericordia de nosotros los gentiles, que como “los perros”, estábamos fuera y no teníamos parte con “los hijos” (Mt. 15:26). Y ahora, el “velo para Israel”, o sea el Cuerpo de Cristo Jesús Señor nuestro, habiendo sido ofrecido en sacrificio, se convirtió para nosotros los gentiles en la maravillosa entrada a esta Gracia (Rom. 5:1-2).

 

Lo desesperante de esta situación, durante el transcurso de más de 19 siglos y hasta el presente día, es el ver la continua tendencia del cristianismo de dar por hecho el privilegio de ser parte del Pueblo de Dios, y a la vez ignorando, despreciando, aborreciendo, persiguiendo y aun matando, al instrumento mismo que ha sido usado por Dios para traernos la salvación a nosotros los gentiles que, durante las edades y hasta hoy, profesamos ser miembros de la Iglesia del Señor. Por esta poderosa razón, es más que imperativa la necesidad de dar la instrucción sobre este tema vital, “para no ser acerca de nosotros mismo arrogantes” (Rom. 11:25).

 

CÓMO HA OPERADO “EL VELO” EN ISRAEL

 

Todas las Escrituras del Nuevo Testamento, están invariablemente ligadas a los escritos del Antiguo Testamento, por lo tanto, para interpretar justa y correctamente los evangelios, los hechos y las epístolas apostólicas, es indispensable para el cristianismo gentil forzar un poco su mente para tratar por lo menos de asomarse a la mentalidad del Judío. Al no hacerlo así, de seguro va a ser llevado por el mismo desvío de los siglos, durante los cuales, la mentalidad del cristianismo entre los gentiles ha interpretado la Palabra de Dios erróneamente. La prueba irrefutable para decir que tal interpretación ha sido errónea, es nada menos que la actitud de “superioridad” mostrada por los cristianos gentiles sobre los Judíos, con el subsecuente sentir de desprecio, aborrecimiento y odio para estos últimos.

 

En vía de confirmación para lo antes declarado, explico que lo dicho no solamente lo he leído en los libros de historia tanto religiosa como secular, sino que ya por un largo número de años lo he visto con mis propios ojos y oído con mis propios oídos. Esta operación sagaz del engañador es tan sutil, que raya en lo increíble. Hombres distinguidos, y aun poderosos en la Palabra entre el cristianismo, han sido y están hasta hoy siendo llevados por la corriente maligna de la confusión descrita, y los vemos despreciando al Judío.

 

Dios, por medio de esa operación tremenda y misteriosa del “velo” que señalo al principio, cultivó en la mente del pueblo de Israel durante el transcurso de los siglos, una idea muy única con relación a la Divinidad. Para ellos hasta el día de hoy (más particularmente entre los Judíos Ortodoxos), Dios es incomprensible para le mente humana. Ellos aprendieron muy bien las lecciones que Dios quiso darles en la antigüedad, cuando cayeron muchas veces en el pecado de la idolatría, y así, la declaración escritural que dice: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque Yo Soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso” (Éx. 20:4-5), la han tomado a manera de negar completa y rotundamente, el hecho de que Dios tenga alguna forma o figura visible. Por eso la idolatría no existe hoy en la mente Judía.

 

Las mismas Escrituras del Antiguo Testamento (que son, por cierto, las únicas que ellos reconocen como sagradas), en donde el Señor se presenta en algunas ocasiones en Su Imagen de Gloria (Is. 6:1; Ez. 1:26; Dn. 7:9) y en otras ocasiones se presenta en alguna figura o apariencia de varón (Gn. 18. 32:24; Jos. 5:13-15), ellos tratan de explicarlas en una forma o en otra, sosteniendo a toda costa la interpretación que ya antes mencioné, de que Dios es incorpóreo completamente. Viendo la Divinidad únicamente, por el aspecto espiritual, ciertamente que ellos tienen toda la razón, pues el mismo Señor lo confirma cuando dice que, “Dios es Espíritu” (Jn. 4:24). DIOS, EL ESPÍRITU ETERNO INVISIBLE, no tiene figura y, por lo tanto, no puede verse. No tiene principio, no tiene fin; lo cubre todo, tanto en tiempo como en distancia. En realidad, es incomprensible para la mente humana finita, porque El Espíritu Eterno Invisible, es Infinito.

 

Mas precisamente, las Escrituras citadas en el Antiguo Testamento nos declaran, sin lugar a dudas, la manifestación del aspecto visible de Dios, a quien ha placido en el curso de los tiempos mostrarse a Sus criaturas con la imagen a figura de la cual fuimos hechos (Gn. 1:26-27). Aquí nosotros podemos ver claramente la operación misteriosa de Dios, en lo que toca al “velo (en Israel) no descubierto en la lección del Antiguo Testamento” (2 Cor. 3:14). Para nosotros es difícil aceptar el que Israel no pueda entender la realidad de que Dios tiene una Imagen visible; pero, repito, esa es la forma en que Dios ha obrado, “encerrando a todos en incredulidad, para tener misericordia de todos”. ¡Cuán incomprensibles son Sus juicios, e inescrutables Sus caminos!” (Rom. 11:32-33).

 

Es cierto que en el Nuevo Testamento, para nosotros los gentiles, “el velo del templo se rompió en dos, de alto a bajo” (Mt. 27:51), pues ciertamente que ahora por el sacrificio del Señor, tenemos entrada a esta Gracia, “por la Sangre de Jesucristo” (Heb.10:19-20). Pero a la vez, “el velo” (2 Cor. 3:14-16) en Israel, no le deja ver ni aceptar al Señor Jesús como el Cristo (Mesías), y por consiguiente, tampoco los escritos del Nuevo Testamento. Repito que el pueblo Judío no puede aceptar el hecho de que el Dios Eterno pueda verse en alguna forma, menos como hombre. Y hasta el día de hoy, vemos que ni entre ellos mismos se pueden poner de acuerdo en la naturaleza del Mesías, mucho menos en aceptar que es el Señor Jesús, y que Él mismo es Dios. Inclusive, por más de tres mil años ya, ha sido la esperanza en el Mesías de Israel, la que hasta hoy ha sostenido al pueblo Judío en su peregrinación a lo largo de la historia.

 

Hoy mismo son muchas las opiniones de los Rabinos y de los Eruditos Judíos, con relación a las profecías que en el Antiguo Testamento hablan de la Venida del Mesías. Unos dicen que es un líder político poderoso, otros dicen que no es precisamente un personaje, sino un tiempo en que reinará la paz. El entendimiento del pueblo Judío hoy, sigue siendo algo muy parecido a la situación que nos describen los evangelistas, cuando el Señor preguntó: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” (Mt. 16:13-17; Mr. 8:27-29; Lc. 9:18-20). “El velo en Israel”, después de más de 20 siglos, debe ser para nosotros los cristianos entre los gentiles, una tremenda prueba de la veracidad de la Palabra del Señor. Si “el velo” (2 Cor. 3:14-15) no estuviera hoy en Israel, nuestra propia salvación pudiera quedar en duda, por la sencilla razón de que esa señal faltaría.

 

“Empero los sentidos de ellos se embotaron; porque hasta el día de hoy les queda el mismo velo” (2 Cor. 3:14). Y ese “velo” les será a ellos quitado, “hasta que haya entrado la plenitud de los Gentiles” (Rom. 11:25). Pues el concepto de Dios que tienen, que el mismo Dios lo puso en ellos, no cambiará hasta que, como el incrédulo Tomás, vean al Mesías (a Jesucristo el Señor), “que vendrá sobre las nubes del cielo, con grande poder y gloria” (Mt. 24:30). Ese será el día glorioso para ellos, y por consecuencia también para nosotros, de ver al Mesías, y en ese día es también cuando se efectuará la resurrección que, por cierto, les fue prometida primero a ellos (Ez. 37:11-14) que a nosotros, la cual esperamos ansiosamente y, en “el día del Señor” (1 Tes. 5:2) se cumplirá. “Porque si el extrañamiento de ellos es la reconciliación del mundo, ¿qué será el recibimiento de ellos, sino vida de los muertos?” (Rom. 11:15).

 

Quedamos entendidos, entonces, que hoy “el velo en Israel no puede ser quitado hasta que haya entrado la plenitud de los Gentiles” (Rom. 11:25). Seguro que algunos entre ellos han sido escogidos por Dios, por elección de Gracia, para reconocer que Jesús es el Señor, el Mesías de Israel, “Dios manifestado en carne” (1 Tim. 3:16), pero la gran mayoría continúan “endurecidos en parte” (Rom. 11:25); “en parte” del conocimiento, pues la iluminación y el entendimiento de las Escrituras del Antiguo Testamento, está hasta el día de hoy con ellos. “La parte” en la que está el “endurecimiento” es en lo que toca a la revelación de la Divinidad de Jesucristo el Señor, que en el caso, es la bendición maravillosa para nosotros.

 

Por lo tanto, nuestra parte hoy para Israel y el pueblo Judío del Esparcimiento, no es el tratar de “convertirlos”. Ese es trabajo del Dios de Israel con Su pueblo escogido. La parte de nosotros, los cristianos gentiles, es hoy más que nunca el mostrarles a los Judíos nuestro aprecio, nuestro amor, nuestro profundo agradecimiento por ser ellos el instrumento y el vaso usado por el Dios Eterno para traernos la salvación. “Porque la salud (salvación) viene de los Judíos” (Jn. 4:22). Inclusive, debemos reconocer el precio de sangre que ese pueblo ha tenido que pagar en el transcurso de los milenios por sostener la verdad y el mensaje supremo de Un Solo Dios (Dt. 6:4). El lugar único y especial que “el pueblo del Libro” ocupa en el plan divino de la redención de la raza humana, nadie puede quitárselo. Pues, “Que son israelitas, de los cuales es la adopción, y la gloria, y el pacto, y la data de la ley, y el culto, y las promesas; cuyos son los padres, y de los cuales es Cristo según la carne (‘el velo’) el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Rom. 9:4-5).

 

Procuremos, entonces, como ya lo señalé antes, el hacer siempre el esfuerzo por asomarnos en la mentalidad Judía, para poder entender mejor y apreciar más el plan misterioso y profundo de Dios, para alcanzarnos a nosotros con Su salvación, pues la actitud que los Judíos mostraron para con el Señor, en los días de Su manifestación en carne, es exactamente la misma en muchos hasta el presente día. Para ellos en aquel entonces, fue una blasfemia que, Jesús de Nazaret (como ellos le conocían), se hiciera semejante a Dios. “Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; y porque Tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn. 10:33).

 

Para nosotros, cuya mente está amoldada a una mentalidad diferente que la del Judío, no es difícil el aceptar al Dios de los cielos manifestado en Su Imagen de Gloria en la antigüedad o manifestado en una semejanza humana; y por consiguiente, no nos es difícil tampoco aceptarlo en Cristo, como Dios manifestado en carne (1 Tim. 3:16; 2 Cor. 5:19). Por cierto que, es tan posible, al grado que el cristianismo en su gran mayoría ha sido llevado en el desvío del error para creer aun no solamente en una persona en la Divinidad, sino hasta en tres. El Judío guardador de los mandamientos de la Ley (y celoso de las ordenanzas y tradiciones antiguas de su pueblo), ya lo he explicado antes, nunca podrá aceptar, mientras “el velo” (2 Cor. 3:14-15) esté puesto en Israel, el que Dios tenga un Cuerpo visible y tangible, y mucho menos que se haya manifestado en carne (1 Tim. 3:16).

 

Lo que el cristianismo, hablando en términos generales, ha tratado de hacer con los Judíos durante el transcurso de casi dos milenios, es forzarlos a aceptar la mentalidad de los gentiles y no lo ha podido lograr. La revelación de Dios en Cristo es, precisamente, “el velo en Israel”, sobre el cual aquí hemos tratado. Para este tiempo, después de todos los siglos transcurridos, los cristianos entre los gentiles debemos de estar convencidos ya de que nosotros no vamos a poder convencer al pueblo Judío de que el Señor Jesús es el Cristo, el Mesías de Israel. Recordemos esto siempre, para que así lo veamos con amor, que “el velo en Israel”, es como una garantía de seguridad en la salvación para nosotros. Al entender esta verdad en su debido orden y lugar, entonces podemos ver a Israel y al pueblo Judío como Dios quiere que lo veamos y sentir hacia ellos como el Señor quiere que sintamos. Por eso se nos exhorta, diciendo: “Que si algunas de las ramas fueron quebradas, y tú, siendo acebuche, has sido ingerido en lugar de ellas… No te jactes contra las ramas… No te ensoberbezcas, antes teme” (Rom. 11:11-24).

 

Dios nos ayude, por tanto, para que podamos estar despiertos ante las operaciones misteriosas y maravillosas del Eterno. Que podamos mirar con la reverencia y el reconocimiento debido, lo majestuoso de Su obra para con Su Pueblo: Israel y la Iglesia. Que “no ignoremos el misterio” en parte aquí explicado, “para que no seamos acerca de nosotros mismos arrogantes” (Rom. 11:25). Pues insisto en que son muchos los que, consciente o inconscientemente en el transcurso de los siglos y hasta el presente día, han caído en el engaño del anticristo, y hoy se jactan y se glorían en las historias y tradiciones de sus respectivas religiones cristianas, y olvidan, ignoran, desprecian y aun maldicen al Judío.

 

En nuestro propio tiempo, Hitler y la Alemania Nazi “cristiana”, cometió la matanza sistemática más macabra de toda la historia humana, el Holocausto, masacrando a más de seis millones de seres humanos, cuyo único pecado fue el de ser miembros de una raza que Dios escogió. El horrible Holocausto, lo llevó a cabo justificándose con la misma Palabra de Dios, torcida ciertamente, con las enseñanzas antisemíticas del gran reformador, Martín Lutero.

 

Para finalizar, enfatizo la importantísima declaración del apóstol Pablo por el Espíritu Santo: “Digo pues: ¿Ha desechado Dios a Su pueblo? ¡En ninguna manera!… No ha desechado Dios a Su pueblo, al cual antes conoció” (Rom. 11:1-2). Hay muchos cristianos y también ministros, que piensan diferente. Pero la ceguedad de ellos no mengua en lo mínimo la verdad de Dios, y la Palabra de Dios es la verdad. Hoy está “el velo” (2 Cor. 3:14-15) en Israel, pero muy pronto será quitado y, entonces, “habrá un rebaño, y Un Pastor” (Jn. 10:16).

 

Por mi parte, no dejo de dar gracias a mi Dios, por cuanto quiso revelarme este misterio, y por bastantes años ya ha sido mi privilegio enseñar sobre este tema vital a mis hermanos en Cristo el Señor. No me avergüenzo, antes por lo contrario, es una honra para mí el decir que amo a Israel, amo al pueblo Judío, amo la Tierra Santa, y también amo a la Ciudad que Dios escogió: JERUSALEM.

 

Dios te bendiga.

Pastor Efraim Valverde, Sr.

 

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